Con los bordecitos de las medias todos dobladitos
bajaba en puntas de pies la escalera crujiente, de madera.
Patinó un poquito, el escalón número 3 estaba mal afilado.
Le cayó entonces al piso toda esa corona gigante, esa pompa
que decía No puede pasarte nada.
De ahí se desdobló en dos niñitas:
una que salta de escalón en escalón hasta llegar abajo,
sin tocar con un pie entero a ninguna madera,
y otra: hay días que baja despacio, mirando fijo el suelo,
preparando las manos, y días que decide no bajar más,
sentarse y tomar la leche desde el escalón número 2.

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